Las divisiones en el Ejército del Norte después de la Batalla de Tucumán | Marca Tucumán

Las divisiones en el Ejército del Norte después de la Batalla de Tucumán

Las divisiones en el Ejército del Norte después de la Batalla de Tucumán

En la Batalla de Tucumán, el Mayor Manuel Dorrego comandaba el batallón de Infantería de Reserva. Al terminar el 24 de Setiembre, el Ejército Patrio se partió en dos. La infantería, artillería y poca caballería se atrincheraron en la ciudad, para defender la actual Plaza Independencia; que entonces se conocía como “Plaza Mayor”, al mando del Mayor General del Ejército del Norte, Eustoquio Díaz Vélez. Éste había quedado a cargo de proteger la ciudad, ante un resultado adverso de la batalla, en el Campo de las Carreras (ubicado en las afueras del pueblo); y que el Ejército tuviera que replegarse alrededor de la actual Plaza Independencia.

El resto de la caballería (con el General Belgrano) se había dispersado, y se empezó a reagrupar como a diez kilómetros al Sur de la ciudad, en el Rincón.

Terminada la batalla, Dorrego descalificó duramente a los soldados de caballería y al propio Belgrano, que no habían tenido el “coraje” de quedarse a defender la plaza. Su prédica fue imitada por casi toda la Infantería.

Gral. José María Paz

Cuenta el Gral. José María Paz, en sus Memorias, que “había también en el ejército una especie de facción, capitaneada por Dorrego, que se había arrogado el derecho de clasificar el mérito de los oficiales y jefes, sin dispensar al mismo general”.

Después de la batalla, rememora Paz: “estalló una pronunciada desavenencia entre la caballería y la infantería. Los que pertenecían a ésta censuraban amargamente a los de caballería por su comportamiento en la acción, y la extendían a todos los que no habían entrado en la plaza ese día. Esta censura alcanzaba hasta al mismo general en jefe, que, como se ha visto, no volvió a la ciudad hasta el 26. Eran también sindicados uno u otro jefe que no habría mostrado tanta energía en el combate, y a quien quizá se quería suceder en el mando…Los corifeos que promovían la desavenencia eran los turbulentos Dorrego y Forest, que querían tener todo el honor de la jornada, de los que se aseguró que, en odio de sus compañeros de la otra arma, habían dado orden para que en sus cuarteles no entrase ningún oficial de caballería”.

Afortunadamente, este escándalo no duró mucho, ya que Belgrano designó a Dorrego al mando del Batallón de Cazadores que, hasta ese momento, comandaba el francés Forest interinamente. Este batallón, según Paz, “tenía, entre los demás cuerpos, un bien merecido concepto por su bizarra comportación en la batalla, y porque era formado de tropa escogida; era también el primer cuerpo de tropas ligeras que tenían nuestros ejércitos”.

Los Cazadores eran una unidad de élite en el Ejército del Norte, que había sido creada por Belgrano meses antes. Prosigue Paz: “Por su parte, la caballería rebatía las inculpaciones que le hacían los infantes, y pretendía que a ella se debía, en su mayor parte, la victoria. Para probarlo, alegaba que la mayor parte de los muertos y heridos lo habían sido por sus manos, lo que podía ser muy bien su efectivo, sin que hubiese llenado del todo sus deberes. Sin embargo, creo que entonces sucedió lo que sucede generalmente, que todos exageran, y se acaba por apartarse todos de lo justo y de lo cierto. La caballería había hecho mucho, atendido su estado de ignorancia y atraso”.

Es verdad, la carga del ala derecha de caballería fue determinante en el triunfo, y el ataque de ésta… “a la escolta del parque produjo un gran espanto y terror, en la misma línea enemiga. El pueblo de Tucumán, como que sus hijos habían combatido en la caballería, tomaba parte por ésta, y fue un motivo más para afeccionarse a don Juan R. Balcarce, que la había mandado”.

Ostentando su nueva jefatura, al frente de los Cazadores, Dorrego empezó a dar exageradas preferencias a su batallón “que llegaban a herir a los demás, y que más de una vez pusieron en conflicto la parcialidad del general”. Como al poco tiempo, este cuerpo le quedó chico, Dorrego propuso “al cuerpo de artillería una estrecha alianza con el suyo, la que aceptada, se convirtió en una especie de frenética hermandad, al mismo tiempo que podría parecer pueril y ridícula”.

Paz en ese entonces prestaba servicios en la artillería, y “era consiguiente que hiciese parte de esta alianza fraternal y, por más que me repugnase, tenía que seguir la mayoría, so pena de un anatema que hubiera sido infalible. En las conversaciones, en las tertulias, en las reuniones de cualquiera clase, se hacía sonar pomposamente la unión estrecha de los dos cuerpos, y a cada momento se repetía entre nosotros, con énfasis: la Artillería y Cazadores…”. Ya maduro, Paz admite que: “Era solo una extravagancia, una pueril afectación, y quizás un medio de adquirir poder, que duró muy poco, como todas las locuras de su clase”.

Texto: Juan Pablo Bustos Thames